Verdad de Perogrullo: La energía mueve al mundo; solo la existencia de esta y su constante transformación de una forma a otra (Ley de la Termodinámica), determinan la existencia de la vida, de los seres de la naturaleza, incluidos los humanos; de la economía y de la sociedad en general.
Muchas veces, cuando desaprovechamos, malgastamos o utilizamos de forma ineficiente las distintas fuentes de energía que tenemos disponibles a nuestro alcance, parecemos olvidar que el acceso a este recurso natural no es universal, no es equitativo y es la fuente de muchas de las desigualdades y de falta de oportunidades de desarrollo, de muchos grupos humanos.
En Colombia, la encuesta de calidad de vida del DANE, señala que el acceso a una de las más elementales fuentes de energía, que es la electricidad, alcanza el 98,2% de la población del país; sin embargo, esta cifra enmascara muchos matices que no son objeto de suficiente análisis.
Lo primero que habría que cuestionar, es el alcance de la palabra “acceso”; si por él entendemos la simple existencia de conexión a una red eléctrica, estamos desconociendo que las familias tienen necesidades energéticas mínimas, que no alcanzan a ser cubiertas con los escasos ingresos de muchas de ellas: ¿será posible pagar una factura mensual de energía para el 28% de la población colombiana que se encuentra en condición de pobreza monetaria, es decir que tenga un ingreso mensual de hasta $638.172 mil pesos? ¿Lo será para el 12,3% de la población que está en condición de pobreza extrema y cuyo ingreso mensual es de sólo $391.468 mil pesos?
Por otro lado, el porcentaje de población que no está cubierto por el servicio de electricidad, corresponde a uno de los segmentos más pobres del país, ubicado en zonas remotas de la geografía nacional, donde los costos de llevar redes de interconexión son muy altos, dejando a estas poblaciones, en una situación casi medieval de aislamiento y dependencia de otras fuentes energéticas; costosas, no renovables y con altos niveles de impacto sobre el medio ambiente.
Adicionalmente, esa cifra esconde a una gran cantidad de población que no está vinculada al Sistema Interconectado Nacional y que aunque tiene energía eléctrica, depende para su generación, de la producción, el transporte y el consumo de hidrocarburos como el ACPM, en zonas tan alejadas como los departamentos de Vichada, Guainía, Vaupés, Amazonas e incluso San Andrés y Providencia.
Este último grupo de población, hace pensar en temas importantes, como en los impactos ambientales ocasionados por la generación de energía eléctrica (que en últimas se traducen en costos sociales que asumimos todos los ciudadanos) y en la pérdida de soberanía energética del país; al depender de combustibles, cuyas reservas nacionales no permiten garantizar la sostenibilidad de su suministro en el mediano plazo.
Entonces, me surgen una serie de interrogantes, que solo me hacen pensar en la miopía de los tomadores de decisiones, en la existencia de grandes intereses económicos que se vuelven un obstáculo para el desarrollo sostenible del sector, y en la falta de presión social de los consumidores colombianos, aún poco educados en materia de energía:
¿Cómo estamos generando la energía en Colombia, y cuáles son los recursos cuyo acceso estamos comprometiendo o restringiendo, hacia el futuro, para garantizar el acceso a este servicio fundamental?
¿Por qué insistimos en depender, incluso en casos como: El del carbón, el gas natural, la gasolina o el ACPM, en donde no tenemos para generar energía eléctrica y olvidamos los recursos hidráulicos, eólicos, geotérmicos o solares, que podemos tener en abundancia y garantizados en el largo plazo?
¿Por qué no estamos aprovechando las fuentes de energía renovables, con costos tecnológicos rápidamente decrecientes y cada vez más competitivas, cuando países similares a nosotros, como por ejemplo, Marruecos y México, ya son líderes mundiales en el tema?
¿Por qué no construimos un sistema de generación de energía más resiliente ante los crecientes impactos del cambio climático, que no destruya los recursos de nuestra biodiversidad terrestre y de agua dulce?
¿Por qué no aprovechamos los residuos agropecuarios de ganadería y de cosecha, para producir energía en las áreas rurales donde se generan?
¿Por qué no hacemos investigación aplicada, sobre aprovechamiento de nuevas fuentes energéticas o a cerca del desarrollo de tecnologías innovadoras, para aprovechar recursos altamente contaminantes, como el carbón, con el que contamos en abundancia y que podrían en el futuro ser nuestra ventaja competitiva?
Estos interrogantes, no son pocos y no tienen fácil respuesta, pero es necesario plantearlos para que empecemos a buscar respuestas pertinentes a la realidad de Colombia, y para que la generación de energía reduzca sus costos y permita el acceso real de toda la población del país.
Una reflexión final: incluso las fuentes alternativas de generación de energía tienen impactos sobre el medio ambiente y la biodiversidad – en términos de uso del suelo, paisaje, limitación al uso de recursos como el agua, o ruido -; debemos, como país y como sociedad plural, dar la discusión sobre cuáles estamos dispuestos a aceptar y cuáles no para que, al final, no estemos en una encrucijada en la cual, incluso estas nuevas fuentes, sean objeto de rechazo social debido a la falta de claridad sobre sus efectos.