¡A pintar la Orinoquia que queremos!  

Una de las regiones más biodiversas del país se enfrenta al reto de seguir impulsando su economía, sin deteriorar sus enormes recursos naturales. Aquí más que en ningún otro lugar del país se requiere la unión de organizaciones no gubernamentales, oficiales y privadas para impulsar un desarrollo sostenible inagotable.

BOGOTÁ, DICIEMBRE 29 DE 2016. Hay un imaginario frecuente cuando se escucha hablar de la Orinoquia: que es un espacio vasto, en gran parte deshabitado, inmenso y plano, un terreno por conquistar.

 Y es cierto que es un territorio extenso, que alcanza una tercera parte del mapa nacional y resguarda el 32 por ciento de las existencias de agua dulce del país y el 36 por ciento de los ríos más caudalosos. Pero que además incluye un mosaico de ecosistemas donde figuran bosques de galería, morichales, enormes porciones de humedales, incluyendo las llamadas sabanas inundables. Todo esto, en medio de una enorme biodiversidad que se nutre de 600 especies de aves y donde vive el 58 por ciento de las especies de plantas del país.

Y precisamente por su valor natural es que resulta imprescindible buscar un modelo riguroso de administración de sus recursos hídricos para aumentar su demanda y redistribuirlos adecuadamente, no sólo porque son los que respaldan toda esa vida irremplazable. Sino porque además sustentan  el bienestar de una población cada más creciente que ya se acerca a los dos millones de colombianos y que ahora, para crecer y progresar, confía en el potencial agroindustrial de sectores como el forestal, y en actividades agrícolas como la siembra de palma, arroz, plátano y maíz, que se soportan en la disposición final del líquido.

Y fue con esta justificación que Fundación Natura (que venía trabajando en la zona desde hace algunos años y se involucró recientemente en un proyecto dirigido a labriegos y ganaderos sobre adaptación al cambio climático, esto en alianza con Fundación Horizonte Verde y apoyada por Ecopetrol) se puso el reto de realizar hace algunos días en Yopal (Casanare) la jornada técnica ‘Gestión Integral del Recurso Hídrico: clave para la adaptación al cambio climático’, una reunión que permitió encontrar ideas para evitar una crisis ecológica regional en los próximos años, pero que además dejó abiertas muchas reflexiones.

Porque aunque hay iniciativas y avances en el desarrollo de propuestas para conseguir el bienestar del entorno, también existen muchos retos por resolver. Y esto ocurre, en parte, porque la Orinoquia es una región de contrastes.

Los impactos

Por ejemplo, la región presenta una temporada larga de mucha lluvia. En Paz de Ariporo hay una precipitación de 2.150 milímetros al año, una cifra que supera a la de Bogotá, que está entre 800 y 1.000 milímetros, y que se produce en una sola temporada, entre mayo y septiembre. El resto de los meses son secos. Pero toda el agua que cae en invierno se va perdiendo poco a poco, no solo por evaporación, también porque drena a los grandes ríos o porque se usa en actividades agropecuarias. Y se malgasta  porque los suelos han perdido su capacidad de retención de la humedad. La región, entonces, a pesar de ser una potencia hídrica, se expone con frecuencia a desabastecimientos largos y complejos.

A esto se suma la ganadería. Una actividad que ha sido la que mejor se ha adaptado a las condiciones de los ecosistemas regionales y que impulsa la existencia de otras especies a su alrededor y que ubica a Casanare como el segundo departamento con más cabezas de ganado en el país. Un sector que deja muchos ingresos y se ha transformado en un renglón de la economía fundamental, pero que provoca algunos impactos en zonas de importancia ambiental, como morichales y zonas de páramo, hasta el punto de anular la función amortiguadora de estos ecosistemas fundamentales para mantener intactos los niveles de los ríos y quebradas. Un negocio que, además, logra que un gran porcentaje de suelos, que podrían estar dedicados a actividades más enfocadas al bienestar general, se subutilicen.

De otro lado, la Orinoquía es una ‘mina de oro’ para la industria petrolera. Pero es una actividad que no se sabe, hasta qué punto, ha afectado sin retorno la estabilidad de los acuíferos, reservorios de agua subterránea que mantienen en equilibrio la vida de la fauna y la flora, especies que han sufrido inconvenientes como los registrados en el 2014,  cuando miles de animales aparecieron muertos en medio de una temporada seca.

Dijo la Contraloría General de la República que este hecho se produjo, según lo citó textualmente en su momento esta entidad oficial, por una combinación de actividades de sísmica y perforación petrolera.

Pero ese informe reconoció además que no fueron solo las actividades alrededor del crudo las causantes de la escasez evidente en ese momento. También fue originada por la construcción de vías sin planificación, las labores ganaderas sin responsabilidad y por la huella dejada por los cultivos de arroz y la siembra masiva de palma en algunos sectores, que han transformado las redes hídricas superficiales.

No basta buscar culpables

El diagnóstico está entonces a disposición de todos y merece atención, una cura, un giro, pero para lograrlo no basta buscar un responsable.

Una mejor vía es darle espacio al trabajo en equipo para reconsiderar actuaciones y buscar entre todos los actores una reparación definitiva. Y para que se consolide un impulso positivo y persistente liderado por organizaciones ambientales, empresarios y habitantes, estos últimos a quienes se les debe tener más en cuenta en la toma de decisiones sobre el territorio. Una comunidad que además debe estar educada e informada rigurosamente, para que asuma con eficacia su rol como protagonista en la aplicación de soluciones.

Sin olvidar la necesidad de generar continuamente indicadores del recurso hídrico que contribuyan a evaluar el impacto de las actividades productivas en el territorio (palma, arroz, ganadería, petróleo, otros), que se combine además con un ordenamiento territorial productivo, que en pleno postconflicto le dé espacio al crecimiento económico y, al mismo tiempo, a la preservación de nuestros recursos biológicos. Porque hoy, hay que decirlo sin  rodeos, en la Orinoquia existe una red de información hidrológica incipiente, incapaz de hacer un diagnóstico de oferta, demanda y calidad del recurso para las cuencas más importantes.

En este aspecto el papel de las corporaciones autónomas es trascendental, así como el de la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales (ANLA) a la hora de otorgar permisos y reaccionar cuando las licencias ambientales no se acaten.

En conclusión, de todos nosotros depende reenfocar el rumbo de la Orinoquia  hacia el desarrollo sostenible. Porque muchos dicen, tratando de hacer una comparación, que ella es para el país lo que un lienzo en blanco es para un famoso pintor. Todo está por hacerse, todo está por organizarse, pero tenemos que pensar que allí no podemos plasmar una obra equivocada, o trazos que tal vez en unos años no podremos borrar.

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