Elsa Matilde Escobar
Actualmente más de la mitad de la población reside en áreas urbanas, un número que se espera aumente a 60% para 2030 y 70% para 2050, según informes de la Organización Mundial de la Salud 2014.
“Entre 1900 y 2000, el número de áreas urbanas con más de un millón de habitantes aumentó de 17 a 388” (Millennium Ecosystem Assessment 2003).
En las áreas urbanas se desarrolla buena parte de la economía mundial y se formulan las políticas públicas de los países, éstas son centros de riqueza, población e infraestructura, son consideradas por algunos como las “primeras en responder” al cambio climático y son fundamentales para la mitigación y adaptación a este fenómeno.
El cambio climático ejerce profunda tensión en los entornos urbanos, debido a que éstos son especialmente sensibles a las oleadas de calor, sequías y modificaciones en la frecuencia y magnitud de las inundaciones repentinas, lo que tiene directa relación con la salud humana. Desafortunadamente en el país no hay estadísticas de estos impactos.
Los recientes desastres, ocasionados por inundaciones, han afectado grandes áreas urbanas y países enteros. En Colombia, derrumbes y desbordamientos de ríos dejan 20.000 damnificados y alerta roja en 28 departamentos.
Como hemos tenido oportunidad de verlo, este año en Freetown Sierra Leona, las muertes relacionadas con el desastre, se estiman en cerca de 1.000, con miles de otros desaparecidos, más de 3.000 personas que quedaron sin hogar y cientos de edificios dañados o destruidos por los deslizamientos de tierra.
En el sur de Asia, las inundaciones han afectado severamente la población y han dejado cerca de 1.300 víctimas mortales y casi 41 millones de damnificados, de los cuales 16 millones son niños, según la Unicef.
Este año las inundaciones en Perú dejaron más de 75 muertos e inmensas pérdidas de infraestructura y producción.
En Huston, Texas y USA, grandes autopistas, avenidas principales y barrios quedaron sumergidas bajo el agua; fue la inundación más devastadora en la historia de esta ciudad . Así mismo, varias ciudades de España, Argentina, Brasil, México se vieron afectadas por la intensidad de las lluvias, dejando muertes, gran número de damnificados y grandes desastres que significan mucho para la economía y el bienestar de las poblaciones.
Por otro lado, el 74% de las personas del mundo estarán expuestas a oleadas de calor mortales. El verano que terminó el pasado 22 de septiembre, ha batido el récord de número de olas de calor desde 1975, con cinco episodios, uno cada 18 días y supera así a los de 1991 y 2016, en los que se registraron cuatro fenómenos similares de altas temperaturas en cada uno de ellos.
Cada vez existen más regiones del planeta, en las que durante 20 o más días del año se produce un aumento de la temperatura que deja varias muertes, lo que afecta aproximadamente al 30% de la población mundial. Las anteriores cifras, son ejemplos de la amenaza que suponen estos fenómenos meteorológicos para las ciudades, los pobladores y la infraestructura; afectando la vida, economía y sostenibilidad de los países.
Lo anterior, lleva a pensar que tomar medidas acertadas de adaptación y cambiar la forma en que se toman las decisiones, es fundamental para pensar en ciudades amigables, adaptadas y resilientes, donde vivir no sea una pesadilla.
Por eso, en la Fundación Natura planteamos que una medida importante para mitigar los efectos de eventos climáticos extremos en las ciudades, es la creación de bosques urbanos y periurbanos que complementen el arbolado, lo cual se constituye en una solución, basada en la naturaleza y no solo en infraestructura.
El bienestar humano no se puede alcanzar aislado de la naturaleza, éste es considerado como el resultado de tener acceso a recursos básicos, como: El agua limpia y en las cantidades necesarias, salud, resultante de una buena calidad de aire para respirar y una buena alimentación, seguridad ante desastres (suelos de calidad para menguar sequías e inundaciones), disfrutar de buenas relaciones sociales (espacios de convivencia armónica), tiempo libre y oportunidades de decidir sobre el futuro (educación, capacitación) y libertad de elección y acción (posibilidad de elegir qué comer, dónde vivir, donde vacacionar).
Muchos de estos componentes de bienestar, se satisfacen con los servicios de los ecosistemas, ya que al tener sistemas ecológicos sanos, éstos provén el agua para beber, aire puro para respirar, alimentos nutritivos, protegen contra inundaciones, son espacios de convivencia y ofrecen una amplia diversidad de recreación.
Muchos son los estudios en los cuales se miden y cuantifican los beneficios que los bosques urbanos proporcionan, entre ellos están: Reducción de la temperatura, disminución de los contaminantes, absorción de carbón, efectos energéticos en las construcciones, mitigación de emisión de compuestos orgánicos volátiles, conservan el agua, reducen la erosión del suelo, disminuyen la polución, la contaminación acústica y aumentan la biodiversidad.
Entre los beneficios sociales se pueden señalar: El aumento de la conciencia ecológica y de la identidad con la comunidad, disminución del crimen y violencia, mejoramiento de la salud mental y física.
Finalmente, como beneficios económicos se puede señalar el aumento de los valores de la propiedad. (Priego, 202).
Por eso, la creación de bosques urbanos debe estar entre las prioridades de la planificación urbana, menos gastos en infraestructura y más inversión en la naturaleza.