En la COP 22, Roberto León Gómez, subdirector de Desarrollo Local y Cambio Global, de Fundación Natura, hace una análisis de lo que representa esta nueva Conferencia de las Naciones Unidas para el Cambio Climático, una reunión mundial que deberá dar algunas pistas de cómo se aplicarían los acuerdos logrados en París en 2015.
Marrakech (Marruecos), noviembre 8 del 2016. La Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas para el Cambio Climático (COP 21), que se efectuó en París, fue la cumbre de las decisiones estratégicas. Por su parte, la COP 22 que comenzó ayer en Marruecos es la cumbre de las soluciones, la que está llamada a decirnos cómo vamos a aplicar y a llevar a buen puerto esas determinaciones que se tomaron en la ‘Ciudad Luz’ el año pasado.
Lo digo sin tecnicismos: esta cumbre global del clima que se hace en territorio africano, deberá decirnos cómo vamos a comenzar a arreglar un mundo que está al revés. Es decir, el próximo 18 de noviembre, cuando esta reunión termine, deberemos al menos intuir las estrategias que se usarán para pasar de los compromisos parisinos a la acción climática futura.
Frente a ese enorme reto, aquí en Marrakech se percibe al menos un optimismo sincero, se detectan buenas señales del compromiso del mundo para actuar con decisión: un primer síntoma de ello es que el pasado 4 de noviembre entró en vigor el Acuerdo de París, que ya ha sido respaldado y ratificado por más de 100 países, que son a su vez los estados que producen mucho más del 55 por ciento del total de emisiones de gases de efecto invernadero del planeta.
La idea es entonces frenar la generación de dióxido de carbono e impedir que, a raíz de ella, el aumento de la temperatura promedio global supere los dos grados centígrados, hecho que no solo intensificaría la pérdida de recursos naturales y el aumento de la pobreza, sino que perjudicaría la producción de alimentos para una población mundial cada vez más grande; agravaría la desertificación y generaría un incremento de eventos naturales que multiplicaría los desastres y el número de refugiados climáticos, que llegarían a 200 millones de personas en 2050.
Es claro entonces que esta ratificación, en la que los países aceptan formalmente liderar la acción climática y se comprometen a que nunca reducirán la ambición de sus objetivos, es alentadora, pero insuficiente.
Se necesita que a corto plazo, las partes terminen el reglamento sobre la medición, contabilidad y análisis de las acciones mundiales a favor del clima. Esto garantizará la transparencia que todos los actores necesitan para acelerar sus actuaciones y saber que están haciendo su mejor esfuerzo.
Por eso, sin que las expectativas sobre la posibilidad de que en este reino, uno de los territorios más occidentales del mundo árabe, se acuerden aquellas decisiones contundentes que deberán comenzar a cumplirse desde el año 2020, coincido con Patricia Espinosa, la nueva Secretaria de la Convención Marco de la ONU (CMNUCC), que hay cinco temas sobre los cuales se deberían producir, al menos, algunos avances.
El primero de ellos será el de la financiación. Es necesario definir inversiones para que los países más pobres puedan cumplir los nuevos compromisos de París. Un segundo tema clave gira alrededor de la adaptación, para que naciones en desarrollo puedan diseñar y aplicar correctivos en sus territorios para mitigar un clima cada vez más inusual. Para esto se ha hablado de una ayuda pública de al menos 100.000 millones de dólares anuales, con el fin de poder afrontar las consecuencias directas y más urgentes del cambio climático.
Se une a lo anterior la construcción de capacidades, con nuevas tecnologías, información y conocimientos de punta, para que los países reduzcan sus emisiones. Y aparece la implementación de las contribuciones nacionalmente determinadas, para que cada estado pueda incorporarlas y aplicarlas a través de sus políticas locales para el clima.
Y se tendrá que concretar una convocatoria trascendental, dirigida a sectores como el de los empresarios, los indígenas e incluso que convoca a las organizaciones no gubernamentales, para que impulsen la ejecución de los compromisos de París y aprovechen sus oportunidades.
No es poco, pero tampoco hay tiempo para perder. Además porque hay una razón ética de fondo: y es que los seres humanos no podemos darnos el lujo de llorar en unos años, una tragedia cuya derrota está hoy en nuestras manos.
P.S/ Y a todas estas, me pregunto: ¿estamos conscientes en Colombia de la necesidad de todas estas acciones? ¿Entendemos que es nuestro futuro el que está en juego y que todas nuestras políticas de desarrollo deben contribuir a este gran futuro común?