Llegar a la finca El Portal es encontrarse con un lugar acogedor, cálido y tranquilo, rodeado de naturaleza, cultivos, perros, cabras y pollos; mientras se sigue el camino guiado por el aroma a frutas, café y chocolate de las preparaciones de Teresa.
El Portal está ubicada en Zapatoca, un municipio ubicado justo en el centro del departamento de Santander, entre San Vicente de Chucurí, Betulia, Girón, Los Santos y Galán.
María Teresa conserva los mejores recuerdos en esa finca, pues ha sido su hogar, el de sus padres y sus abuelos. Es el lugar que la vio crecer a ella y a sus seis hermanos, donde conformó un hogar y pudo enseñarles a sus tres hijos el amor por el campo, que se ha transmitido por generaciones en la familia Pedraza.
“Este predio era de mi abuelo. Al fallecer se parceló y nosotros compramos una parte. Acá llevamos quince años cultivando cítricos, aguacate, cacao y café”, afirmó Teresa. Adicional a estos productos, también realizan un proceso para el consumo y venta de chocolate artesanal, cacao amargo, semiamargo y normal.
Se podría decir que Teresa aprendió este arte desde muy pequeña, viendo cómo su madre preparaba el chocolate con el cacao que salía de la planta, el café de cada mañana con la producción de la finca y las arepas con el maíz pelado que también molía. De esta manera llegaron los primeros acercamientos hacia la transformación y manipulación de alimentos, conocimientos que fue perfeccionando y tecnificando con práctica y estudios realizados en el SENA.
Actualmente, es manipuladora de alimentos en la escuela Villa Nueva, ubicada en el mismo sector, Miradores de la Plazuela, donde estudió ella, sus hermanos, sus tres hijos, algunos de sus tíos y primos. Siempre ha mantenido una relación con este lugar, la que puede ser una de las razones por las que su trabajo resulta ser inspirador y suele desempeñarlo con el cariño que la caracteriza.
“Es una labor muy bonita, uno tiene muchas cosas que aprender de los niños, todos los días aprendo de ellos porque entre el tiempo de antes y ahora, vemos niños mucho más avanzados y con habilidades en la tecnología. Ellos le enseñan a uno muchas cosas, sobre todo a mí que hace 22 años tuve a mi hijo menor, entonces en la escuela uno vuelve a tener ese contacto y esa experiencia”, aseguró Teresa.
Ella es esa confidente que tienen los pequeños en el colegio, a quien le cuentan todo, a quien acuden cuando tienen problemas, la persona que seguramente tendrá alguna moña o caucho para ayudarlos con sus peinados y la que, sin duda alguna, hace de la hora del descanso un espacio agradable, divertido y nutritivo. “Como aprendo de ellos, también puedo enseñarles algunas cosas. Por ejemplo, a veces los papás no tienen mucho tiempo de enseñarles sobre comidas, verduras y sus preparaciones; yo intento explicarles y acostumbrarlos a comer más frutas y verduras”, agregó.
La escuela Villa Nueva y el predio del abuelo son los lugares que acompañan la gran mayoría de recuerdos de su niñez. Entre un lugar y el otro transcurrió su infancia y la de sus seis hermanos, siendo ella la única mujer. Vivió con sus padres hasta los 20, edad en la que se casó con Benjamín Ortiz. Dos años después falleció su madre, hace 28 años exactamente.
María Teresa y Benjamín llegaron a la finca El Portal hace quince años con el propósito de ir construyendo su casa poco a poco. Al inicio no tenían cocina, luz, agua, puertas y ventanas, pero decidieron vivir así y trabajar día a día por su hogar. “Acá hemos vivido siempre, por eso amamos mucho lo Zapatoca y San Vicente de Chucurí porque siempre hemos estado aquí. Soy nacida en San Vicente y criada en Zapatoca, donde vivo actualmente”, concluyó Teresa.
“Nosotros nos casamos y vivimos en Villa Nueva, en los predios del abuelo de mi esposo. Allá vivimos un tiempo y nos fuimos tres meses a Bogotá, no nos amañamos y nos regresamos nuevamente. Vivimos en San Vicente un año y luego volvimos a los predios del abuelo. En San Vicente nos salió este negocio de la finca, pero acá no había nada, entonces sacamos créditos para comprar materiales de construcción”, afirmó.
Tuvieron tres hijos, dos niños y una niña. La mayor, al terminar el colegio, se fue a trabajar y estudiar a Bucaramanga; el del medio estudió temas relacionados con el medio ambiente y el turismo, actualmente vive en Girón (Santander); y el menor estudió administración agropecuaria, realizó sus prácticas en Cundinamarca y hace poco regreso a vivir y trabajar con sus padres.
Los tres tienen un vínculo fuerte con el campo, algo que llevan en sus raíces y que les ha permitido apoyar a sus padres, motivarlos a criar pollos, cerdos, gallinas ponedoras, gallinas criollas y cabros, y, por otro lado, apoyar a Teresa con la venta de productos como el café y el chocolate, que ofrecen a sus amigos y compañeros de trabajo.
“Desde que aprendimos a procesar el café, no compramos, sino que nosotros mismos hacemos. Mi mamá también preparaba el café en casa, teniendo eso no nos vamos a poner a comprar y menos uno que no sabemos si viene contaminado o con químicos, en cambio nosotros no le echamos ni abono. De igual forma con la harina de maíz pelado, que día se me ocurrió ofrecer arepas a una vecina y le gustó tanto que quiso comprarme, así surgió la idea de venderla y ahora vendo entre 30 a 40 libras a la semana”.
Sumado a esto, con los frutos que se dan en la finca, Teresa hace vikingos o bolis, unas bolsas de helados que le vende a un vecino que tiene una tienda por la carretera para que él pueda comercializarlos. Finalmente, está el chocolate, un producto que requirió un poco más de trabajo, a través de capacitaciones que no solo le enseñaron técnicas, sino que la motivaron a comprar un molino eléctrico para optimizar el proceso y soñar con tener, en un futuro, un extractor de manteca de cacao y una maquina refinadora para hacer chocolatinas y coberturas.
Estos procesos han permitido que María Teresa sea un referente en el sector, que sea conocida como una mujer luchadora, inspiradora y creativa. Además, se encuentra vinculada al programa de Monitoreo climático participativo que se realiza en los municipios de San Vicente de Chucurí, Betulia, Zapatoca y Girón (Santander), que ha capacitado a diferentes familias en temas relacionados con la temperatura, humedad relativa y precipitaciones, y cómo estos factores pueden tenerse en cuenta en sus actividades diarias en los cultivos.
“Llevamos cuatro años haciendo el monitoreo. Todos participamos, nos acordamos de hacer el registro y anotamos todos los días. Lo que más me ha llamado la atención es el registro del agua, saber qué cantidad de agua cae y si es igual o puede variar en otra finca; lo otro es saber qué temperatura tenemos y hablar con los vecinos para saber qué registros tienen ellos y si son diferentes a los míos”, agregó.
Esta iniciativa de ISAGEN y Fundación Natura, nos ha permitido conocer la historia de María Teresa, acercarnos a su vida, conocer su cotidianidad, encantarnos con los jugos que prepara y ser testigos del amor y el empeño que le pone a cada una de las actividades que realiza: el trabajo en la escuela, la elaboración de productos y, por supuesto, el monitoreo del clima, ya que es uno de los predios visitados por el equipo técnico del proyecto para realizar seguimiento de las actividades.