Algunos jóvenes que han nacido en los territorios rurales, pueblos o ciudades pequeñas de nuestro país, buscan salir para recorrer el mundo o buscar su destino en las grandes urbes, como el sueño metrópoli con el que han crecido.
Soñar en grande siempre será causa de orgullo. Sin embargo, la migración de los jóvenes a las grandes ciudades está generando un vacío en los territorios y una incertidumbre sobre quiénes se harán cargo como parte de ese recambio generacional. Por eso, siempre será gratificante encontrar a esos jóvenes que, aunque siguen con aspiraciones grandes, sueñan con la mirada fija en la tierra que los vio nacer. Como Erik Ibarra, a quien su camino lo ha devuelto al departamento del Huila para trabajar en el Programa de Restauración Ecológica del Bosque Seco Tropical de la Central Hidroeléctrica El Quimbo, desarrollado en el marco de la alianza entre ENEL-Emgesa y Fundación Natura.
“De hecho, conocí el proyecto en un periódico en el que se mostraba la apertura del vivero y del proceso de restauración”, dice. Fue ahí donde nació un interés profundo hacia la idea de poder participar en la recuperación de más de 11 mil hectáreas de bosque seco, alrededor de uno de los proyectos energéticos más ambiciosos del país. Ahora que lo hace, reconoce la importancia de su labor no solo en el área de influencia de la hidroeléctrica, sino también en una zona bastante degradada en términos ambientales, debido a que hace parte del valle del río Magdalena, lugar de asentamiento para comunidades humanas desde hace miles de años.
Área que guarda los mejores recuerdos de su niñez y juventud, pues Erik nació y vivió junto a su familia en una vereda del municipio de San Agustín, ciudad famosa por su importancia arqueológica y su cercanía con el estrecho del Magdalena, un punto en el que el río más grande del país tiene una anchura de solo 2 metros. Sin embargo, a medida que el río cobra su tamaño habitual y se abre paso entre las montañas del sur del Huila, empieza a ser más evidente el cambio del paisaje y el impacto de la humanidad en el territorio. Quien haya recorrido esta parte del país sabe que los contrastes son una constante de la zona: imponentes montañas cubiertas de verde que se alzan sobre campos dedicados a la agricultura y ganadería en la región.
El interés de este joven agustinense por aportar a la restauración de los ecosistemas de su tierra surgió cuando fue conductor para una empresa que también trabajaba en la restauración ecológica. Posteriormente se trasladó a Popayán para estudiar ingeniería forestal en la Universidad del Cauca. Escogió esta ciudad, según cuenta, debido a que está a 136 kilómetros de carretera de su natal San Agustín. En cambio, a Neiva se llega tras atravesar más de 200 kilómetros de vía.
En junio de 2015 en el proyecto del Plan piloto de restauración que desarrollaba la Fundación Natura desde 2014, tuvo la posibilidad de ser vinculado como tesista con su compañero Sergio Muñoz, para la desarrollar una investigación sobre selección e incorporación de fuentes de propagación en el proceso de restauración ecológica del bosque seco tropical.
Después que obtuvo su título como Ingeniero Forestal a mediados de 2016, Erik volvió a trabajar en el proyecto. Primero apoyó el plan piloto, con tareas de monitoreo. De ahí pasó a trabajar en el componente de zonificación. Ahora, después de cuatro años de recibir su diploma, Erik es el ingeniero forestal residente de implementación y mantenimiento del proyecto. En su cargo, lidera el diseño y el desarrollo de las estrategias de restauración ecológica. Su labor es la de velar por la planeación y ejecución diaria de la plantación.
“Es muy bonito cuando la gente le cuenta a uno que ha visto animales o especies que ya no se veían”, dice Erik al hablar de las cosas positivas que ha dejado su trabajo. Dado que la restauración ecológica también se hace a partir del monitoreo y el trabajo con las comunidades, Erik ha podido ver de primera mano el fruto de su trabajo diario, aunque reconoce que no es una labor fácil. “Es difícil integrar el ámbito logístico y el ecológico en el momento del diseño e implementación de estrategias de restauración, debido a la magnitud del proyecto y la cantidad de personas que nos colaboran”, comenta.
Por eso, como buen opita devoto, todas las mañanas se levanta a “pedir a Dios entendimiento, sabiduría y humildad para realizar las actividades del día”. Sabe que su trabajo es crucial, no sólo por la experiencia adquirida en el proyecto, sino también la que ha ganado en otros espacios de discusión. Esto lo llevó a iniciar la maestría en restauración ecológica de la Universidad Javeriana. Ya está en tercer semestre y lo único que desea es poder terminarla. “Lo que más he disfrutado de la maestría es ese entendimiento un poco más amplio, más general de todo lo que pasa en el trabajo”, dice. Aunque también admite que viajar cada mes a Bogotá lo abruma un poco. “Es un cambio muy notorio. El ritmo de la ciudad es a toda, mientras que aquí en un espacio más rural donde todo transcurre con calma”.
Pero no es solo esa calma la que lo trae de vuelta a su querida tierra. Sus estudios están claramente dirigidos a seguir trabajando por la restauración del bosque seco tropical en el sur del departamento del Huila. Admite con humildad que no piensa en algo que, por el momento, vaya más allá de terminar su maestría. Su gran motivación es aportar a la restauración de bosques en el país, un sueño que puede dar por cumplido. Luego, según él, podrá cumplir uno personal: “formar una familia establecida y con la bendición de Dios”.
Esa noción de vida, de ir paso a paso, es lo que le ha permitido a Erik ser parte importante de la restauración ecológica de su región. Es un recordatorio de que para hacer grandes hazañas o dejar huella en este mundo, no hace falta salir de su territorio, recorrer el mundo o haber vivido demasiado. Simplemente basta con empezar a actuar y el tiempo se encargará de darle forma a los sueños por los que tanto se lucha.