Por: María Elvira Molano
Margarita Marino es una mujer que cautiva con su suavidad, su elegancia y la belleza de sus casi 80 años. Su trabajo ha sido fundamental para la defensa del ambiente, sus ideas, revolucionarias, y sus luchas, determinantes para la protección de los recursos naturales y el avance en la agenda ambiental nacional y global. Es la pionera de la defensa ambiental en Colombia y la mujer de mayor incidencia en el pensamiento de protección de los ecosistemas del país. “Soy como la generalidad de los seres humanos”, afirma ella, “sensible y determinada, con destrezas y torpezas. Sueños, alguna tolerancia con las realidades, y aspirando como algunos a «poseer el misterio de las cosas»”.
Margarita trabajó durante 13 años, tres como directora, en el Instituto Nacional de los Recursos Naturales Renovables y del Ambiente (Inderena), desde donde impulsó el tema del medioambiente en la agenda de desarrollo del país, asunto que en ese momento fue revolucionario e innovador. El concepto de ecodesarrollo derivó en desarrollo sustentable, el cual tuvo repercusión en toda América Latina. Promovió la participación de campesinos y alcaldes locales en más de 800 lugares del país, en torno a temas ecológicos con los consejos verdes municipales, cuyo lema era “Mil alcaldes siembran futuro”. “Los consejos verdes municipales tenían, entre otras funciones”, manifiesta Margarita, “promover el estudio, el reconocimiento y la información sobre el territorio; construir un vivero de especies nativas; proteger las cuencas hidrográficas, y sembrar los bosques que repoblarían las tierras degradadas”. La organización servía como nuevo ámbito para diálogos comunitarios, de difusora de información ambiental y a la vez construía capacidades de decisión local.
Margarita fundó el Colegio Verde de Villa de Leyva, escuela sobre medioambiente que lleva más de 30 años formando académicos, estudiantes y líderes ambientales. Para ella, Villa de Leyva, municipio ubicado a poco menos de 40 kilómetros de Tunja, capital del departamento de Boyacá, es su lugar preferido. “Es el mosaico de ecosistemas más bello de los Andes”.
Para Margarita, su reto en la vida es aprender a convivir con la naturaleza. “Si todos reflexionáramos sobre los beneficios que derivan de vivir en una naturaleza vigorosa y sana, todos seríamos ambientalistas. Viviremos mejor cuando entendamos que somos parte de la naturaleza, sin ningún derecho a agredir y menos a destruir nuestra posibilidad de supervivencia. Una forma fundamental de la paz es la paz con el medio en que vivimos. En un mundo cada vez más poblado y demandante de más energía y recursos naturales del planeta, existe una presión nunca antes conocida sobre los ecosistemas. (…) El mundo dobló su población en los últimos 50 años. Estos incrementos poblacionales con nuevas expectativas de vida, aunados al avance de los sistemas tecnológicos y científicos, representan singulares éxitos del progreso del ingenio humano. Ahora es urgente articularlos a las realidades de la oferta natural y a su evidente complejidad”.
La pasión de Margarita por la naturaleza la llevó a liderar el movimiento ambiental en Colombia y dice ella que “las mujeres han sido las lideresas universales que abrieron las primeras avenidas del pensamiento ambiental global”. Destaca en particular a la bióloga marina estadounidense Rachel Carson, con su Primavera Silenciosa, en 1962, a la economista inglesa Barbara Ward, con sus textos pioneros e introductorios a la Conferencia de Estocolmo en 1972, y a la política noruega Gro Harlem Bruntland, con el informe Nuestro futuro común, de 1983, texto que Oxford University Press considera “el documento más importante de la década”. Estas tres mujeres impulsaron una nueva concepción ambiental del mundo, convencieron a la opinión pública del significado de la conservación y la restauración ambiental y pusieron sobre la mesa las alarmas que la ciencia venía anunciado.
En sus años de formación y de sus primeros retos, fue testigo de la evolución de los conceptos medioambientales, como los límites al crecimiento, la ecología profunda, la economía ecológica y ambiental, el ecodesarrollo, la ecología política, el decrecimiento, la bioeconomía, que curiosamente fueron analizados a través de la luz ancestral del conocimiento de diferentes culturas, ajenas a Occidente. Varios de los conceptos que se postulan en la actualidad, han tenido su inspiración en las formas de convivencia con la naturaleza de los pueblos indígenas y las comunidades afrodescendientes.
Existe un factor que es transversal a la idea del cuidado del entorno y de los ecosistemas, según Margarita, que se refleja en cualquier cultura de cada continente, bien sea un pueblo ancestral o una comunidad occidental contemporánea: la mujer. “Las mujeres estamos educadas para el cuidado”, comenta. “Crecemos entusiasmadas por construir proyectos de vida. Muchas son ingeniosas y pueden defender la vida en las circunstancias más penosas. Es difícil vencer su voluntad de avanzar y su estoicismo. Mucho más difícil desconocer su entusiasmo y su fe en el porvenir. Para una sociedad justa y colaborativa hombres y mujeres harán su parte. (…) Es necesario que las mujeres tengan más vocería y representación en las decisiones políticas en todos los estadios de la Nación. Es indudable que los que creemos en los valores y poderes de las transformaciones locales como iniciadores de todos los cambios fundamentales tenemos enorme respeto y nos quedamos cortos en el apoyo y el orgullo que deberíamos demostrar más a menudo por esas formas sencillas, conmovedoras, contundentes de resoluciones sostenibles y esa fortaleza que emana de esas defensas de aguas y ríos, de páramos y selvas que nuestras coterráneas sostienen en las zonas más alejadas y abandonadas del país”.
Aunque su vocación de defensora ambiental y vocera de la naturaleza y las comunidades afectadas por la destrucción de ecosistemas es inquebrantable, es realista en cuanto al panorama sombrío que se cierne sobre el planeta. “No hay un solo territorio no intervenido en el planeta”, analiza Margarita. “Los científicos predicen un cambio de época geológica, el ‘Antropoceno’. La crisis climática nos obliga a cambiar nuestra visión de futuro. Estamos perdiendo un millón de especies al año, los océanos son inmensos depósitos de plástico, los glaciales se deshielan… todo parece extremadamente peligroso, extremadamente vulnerable, una prosperidad general dudosa, llena de incertidumbre. El cambio global es urgente, necesario, indispensable y no será posible sin una movilización social que presente una transición posible de esta economía depredadora y a todas luces insostenible a una economía dependiente de los límites naturales”.
Margarita considera que el desprecio por la ciencia y el conocimiento, por los derechos territoriales locales y populares, la ausencia de organizaciones sociales organizadas, el desinterés de los jóvenes por la política y, lo más grave, las dudas en la eficacia de la justicia son las mayores amenazas que actualmente tenemos. “La incomprensión sobre el sentido de la libertad, de pensar y actuar diferente, el rechazo a las opiniones diversas, las injusticias manifiestas en el uso y el abuso de los recursos naturales”, sostiene.
Con una sonrisa, Margarita habla sobre el valor de poner en práctica las mejores acciones, los mejores pensamientos, la reflexión, las palabras útiles a la causa; buscar buenos consejos y experiencias, buenos aliados, y “confiar en una juventud que amanece a una vida llena de conflictos, siendo capaces de indicarles un camino de amor al conocimiento, con menos temores de futuro, de alegría y de felicidad en las causas del servicio a los demás y al cuidado de la causa común de este nuestro único planeta”.
Margarita Marino de Botero ha hecho parte, entre otras, de la Comisión Mundial del Medio Ambiente y la Comisión Latinoamericana para el Medio Ambiente y el Desarrollo. En el 2000 fue la vicepresidenta de Global Dialogue 2000 en la Feria Mundial de Hannover. Fue miembro de la Junta Internacional de la Fundación para la Enseñanza Internacional (Canadá), asesora de Comisión Delors para la Educación en el Siglo XXI de la Unesco y vicepresidenta de la Junta Asesora Internacional del Centro para la Investigación del Desarrollo (ZEF), de la Universidad de Bonn, Alemania. De 2009 a 2015 fue directora ejecutiva del Congreso de Ciencias Ambientales, una alianza de 15 universidades colombianas encabezada por la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Actualmente orienta a un grupo de 40 jóvenes profesores en las metas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030 de las Naciones Unidas.