Consuelo Bonilla: la citadina que se volvió campesina

Cali, capital del departamento del Valle del Cauca, es una ciudad llena de historia, turismo y salsa, alberga lugares emblemáticos como el Cerro de las Tres Cruces, el Cristo Rey, El Gato del Río y el Museo La Tertulia. Como muchas regiones de Colombia, también fue escenario de la época de violencia en los años 80’s, que dejó víctimas y obligó a familias, como la de Consuelo Bonilla, a salir de un departamento a otro huyendo de amenazas.

Consuelo es caleña, la sultana del Valle presenció sus primeros años de vida, sus logros cumplidos, es el hogar de su familia; la cuidad que la vio crecer, enamorarse, ser empresaria y ser madre. Aunque vive orgullosa de sus raíces, ahora, con más de 40 años fuera de Cali, sabe que su corazón le pertenece al campo.

Salir de Cali, seguramente, es la parte más difícil de esta historia, la de Consuelo. Antes de este suceso conoció a Claus, un alemán igual de enamorado del Valle, lugar donde decidieron casarse y emprender. En 1965 iniciaron con su empresa de rodamientos, aportando al mercado colombiano el suministro de autopartes.

Tras años de trabajo exitoso y a través de información que filtraban algunos de sus colaboradores, Consuelo y Claus recibieron dos cartas en las que los amenazaban con la intención de cobrarles un porcentaje de sus ingresos a cambio de no hacerles daño, la mal llamada “vacuna”. La primera vez la dejaron pasar, pero para la segunda el contexto era diferente, ya tenían a su primer y único hijo.

“Resolvimos irnos a Bogotá, no le dijimos a nadie sobre a dónde íbamos ni cuándo nos íbamos, le dejamos nuestro apartamento a mi hermana y salimos un lunes a las cuatro de la mañana en el carro. Sacamos plata en efectivo y empacamos lo más importante, es decir, nuestros documentos”, afirmó Consuelo.

Radicados en Bogotá, el miedo era constante, aunque no recibieron amenazas sabían que en Cali los seguían buscando, por lo que cambiaron de apartamento tres veces. Tras unos años, vieron la ciudad como un lugar enorme e ideal para pasar desapercibidos, eso fue trayendo calma al hogar, así que decidieron organizarse mejor, continuar con el negocio desde la distancia y ver crecer a su hijo en la capital.

Seis años después, en 1988, uno de los primos de Consuelo le ofreció un predio que estaba vendiendo en Guasca (Cundinamarca). Un terreno usado para sacar madera, tener ganado y aprovechar al máximo el bosque, un predio que ya no estaba produciendo ingresos por el nivel de degradación en el que estaba.

“Era un bosque nativo que estaba completamente devastado, lo compramos con mi esposo con el deseo de dejarlo para que se repusiera por sí solo. Un amigo biólogo me recomendó dejarlo quieto para que se recuperara solo, no sembramos ni un solo árbol, el mismo bosque se restauró con el tiempo”, aseguró Consuelo.

Cada vez que podían escapar de la ciudad se iban a caminar su terreno, respirar aire puro y conectarse con la naturaleza. Seis meses después decidieron contratar a alguien que les ayudara a limpiar todo, recolectar lo que quedó del antiguo uso que le daban y darle más espacio a nuevos árboles que empezaban a crecer.

Así llegó Luis Antonio Nivia, inicialmente con un contrato de seis meses que con el tiempo se fue prolongando. “Se quedó 22 años con nosotros, le tocó trabajar solo, caminar mucho, acá no había casa ni nada, pero él hizo un cambuche y trajo a un cuñado para que le hiciera una estufa de leña, hizo la alacena y fue acomodando todo. Eso fue como empezar a enraizarme, me encantaba llegar al cambuche, abrir esa puertita y calentar el chocolate”.

Luis Antonio llegó a la vida de Consuelo para mostrarle otra forma de vivir, a enseñarle una perspectiva nueva y a entenderse con la naturaleza. De hecho, ella afirma que fue él quien la hizo campesina, quien le enseñó a sembrar, a comunicarse con los árboles, conocerlos y tocarlos.

“Un día me dijo que había una parte del predio donde no crecía nada, entonces me propuso sembrar. Esa palabra no me entraba a mí, no entendía, pero le dije que sí, solo si eran productos nativos y sin pesticidas o abonos químicos, todo debía ser natural”.

Así fue como empezaron a sembrar papa, arracacha y habas. “Yo conocía la mata de papa de lejos, sabía que eran flores blancas y rosaditas, pero nunca había estado al pie de una mata de papa porque en mi tierra no se da”. Por eso, tres meses después, Luis Antonio se comunicó con Consuelo por medio de radioteléfono para decirle que iba a cosechar. Entusiasmada, se programó para ir el día acordado.

Consuelo explica que el proceso, que ahora se hace con azadón, antes tenía otro método. Luis Antonio le enseño a usar el garabato, una herramienta para ir aflojando la tierra alrededor, hasta que se cede la raíz y se sacan las papas. Ella siguió todas las indicaciones y logró sacar su primera cosecha, lo que la llenó de emoción, ilusión y lágrimas, no solo ese día, sino cada vez que lo recuerda.

“Yo había visto algunas pinturas de cómo salía la papa, pero nunca lo había visto con mis propios ojos. Yo estaba arrodillada en el suelo, saco mis papas y empiezo a llorar, ahí me di cuenta que eso era lo mío, que el campo era lo mío. Así me hice campesina. Eso me fascinó, yo decía: sembré una papa y vea todo lo que me sale, eso es un milagro, es algo muy lindo».

Así inició ese vínculo tan fuerte que Consuelo mantiene con el campo, esto permitió que su predio fuera expandiéndose, ya que compraron más terrenos junto con su esposo Claus, convirtiendo su predio en el Bosque La Candelaria. Los dos se enamoraron completamente de este lugar, lo vieron renacer, fueron testigos del crecimiento de cientos de árboles nativos, se encantaron con la biodiversidad del bosque altoandino de Guasca y se sorprendieron con cada cosecha que tenían.

“La citadina que se volvió campesina”, así titularía Consuelo su propia historia. De vivir y trabajar toda su vida en la ciudad, jamás se imaginó que terminaría enamorada del campo, por eso, tanto ella como Claus, tenían claro que una vez entregaran aquel negocio de rodamientos a su hijo se irían a vivir a la vereda El Salitre, donde está ubicado Bosque La Candelaria.

Pero la vida para ambos dio un giro inesperado. Claus falleció hace 17 años y Consuelo tuvo que entregarle el negocio a su hijo, por lo que los planes que tenían de vivir en medio del bosque los tuvo que cumplir ella sola.

“Quedé viuda y no lo pensé dos veces. Cuando Claus estaba ya teníamos la casa donde vivo ahora y él no alcanzó a vivir ahí porque no estaba lista, pero alcanzamos a hablar de los cambios y arreglos que queríamos hacerle, eso me toco hacerlo a mí sola nueve meses después de que él se fuera”.

Consuelo quedó viuda cuando iba a cumplir 65 años, desde entonces ha dedicado sus días a Bosque La Candelaria, pudo visualizar los sueños que compartía con su esposo, incluso el proyecto que tenía en mente de crear un espacio de recreación para niños y niñas de la vereda.

“Cuando me pasé a vivir acá no pude iniciar el proyecto porque había mucho que hacer. Más adelante, preciso los vecinos me ofrecieron su predio en venta y era justo lo que estaba buscando para los niños. Además, era un espacio con tres casas, una para el trabajador, otra para las actividades con los niños y niñas, y otra para invitados, pasantes o investigadores que vienen a estudiar acá”.

Esta casa es el punto de encuentro de un grupo de niños y niñas, quienes, cada sábado en la mañana cuando sus padres salen a trabajar y ya no tienen jornada escolar, pueden ir a compartir con Consuelo y sus colaboradores. En estos espacios pueden realizar actividades de pintura, música, origami, arcilla, plastilina, dibujo e incluso cuentan con un área para ver películas y comer palomitas de maíz.

El objetivo de este proyecto es que los niños y niñas dediquen parte de su tiempo a las manualidades, actividades diferentes al colegio y puedan hacer regalitos para sus seres queridos sin necesidad de dinero, solo usando imaginación y creatividad.

Actualmente, Consuelo vive en Bosque La Candelaria, tiene dos trabajadores que le ayudan con las labores del predio; los sábados comparte con los niños y niñas, dedica el resto de su tiempo a su jardín, a sus gallinas y burros, siembra productos para el consumo y para compartir con los trabajadores, ninguno comercializa lo que cosecha, solo lo comparten entre ellos.

La empresa que inició con Claus sigue en pie, ahora está a la cabeza de un grupo de diez colabores que eligieron con su hijo, priorizando los más antiguos y leales. Mientras tanto, su hijo y su nieto viven en Cali y aunque le siguen preguntando si no se aburre sola, ella es feliz con todas las actividades que realiza, con su vida en el campo y su soñada casa en medio del bosque.

Su interés por conservar gran parte de su predio y cuidar la diversidad que habita allí hicieron que su finca se vinculara al proyecto de Agua por el futuro, una iniciativa de TNC, financiada por CocaCola Femsa y ejecutada por Fundación Natura, que realiza acciones de conservación e incentivos en doce predios ubicados en los municipios de Villapinzón, Chocontá, Tausa, Guasca, La Calera (Cundinamarca) y la localidad de Usme (Bogotá).

Las implementaciones que se hicieron en Bosque La Candelaria integran la siembra de 2.500 árboles nativos distribuidos en 30 especies en las que se destacan Ají de paramo (Drymis grandensis), Pino colombiano (Podocarpus oleifolius), Pino romerón (Retrophyllum rospigliosii), Amarrabollo (Meriania nobilis), Charne (Bucquetia glutinosa) y Encenillos (Weinmannia tomentosa). Además, se realizaron acciones como la delimitación del polígono a intervenir, corte de pasto en las áreas específicas de la siembra, corte con machete del helecho marranero, monitoreos y mantenimiento.

A través de este proceso, Agua por el futuro resalta la labor de personas como Consuelo Bonilla, interesadas en la conservación de áreas que hacen parte de sus predios, que se involucran en el cuidado de la fauna y flora que rodean su hogar y, por ende, de las fuentes hídricas que se pueden ver beneficiadas.

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