Son las ocho de la noche y mientras todos llegan a su hogar para descansar tras una larga jornada laboral, en la Reserva Natural Estación Septiembre apenas empieza. José Artuluaga termina de cenar, se pone una linterna led tipo minero, alista su mochila en la que lleva: un impermeable, un par de bolsas plásticas y un metro. Es así como empieza su jornada y emprende una larga caminata en busca del tesoro: las tortugas caguama y sus huevos.
El sentido de este tesoro ha cambiado con los años, hace unos cuantos Joselito, como le dicen de cariño, se dedicaba a lo mismo, solo que al encontrar los huevos los usaba para su consumo personal y el de su familia, es decir que representaban uno de los ingredientes principales de su dieta alimenticia. Pero desde hace más de 10 años, él decidió darle un giro a ese hábito, de cazador pasó a ser un cuidador de la especie.
Cada noche, este soleño apasionado por las tortugas, recorre cerca de 9 kilómetros en busca de madres anidantes y los huevos que desovan en las playas del corregimiento de El Valle, en Bahía Solano (Chocó), con el propósito de evitar que animales y humanos los cojan para su consumo y así aportar a la conservación de esta especie, que como la mayoría de las tortugas, tienen una tasa de supervivencia de una en mil. Mientras camina, permanece atento a alguna pista que lo pueda dirigir hacia las tortugas. Revisa la arena en busca de huellas y observa detenidamente el vaivén de las olas. Él ya tiene el ojo afinado, como felino en la noche y aprovecha esa habilidad para encontrar la mayoría.
Camina por horas sin importar la humedad o las tormentas eléctricas. Asegura que cuando llueve muy fuerte las tortugas sienten menos peligro y salen con más confianza a poner sus huevos, así que mientras el clima es más agreste para él, la oportunidad de encontrarlas es mayor y se arriesga, se compromete con la causa, se pone su impermeable y sigue el camino con sus pies mojados.
Después de un par de horas, el cansancio es inevitable, así que hace una pausa en el vivero construido a mitad del recorrido por él y sus compañeros de la Asociación Caguama. Pero es una pausa activa, pues mientras tanto aprovecha para revisar los nidos sembrados en ese terreno, luego se sienta en uno de los tantos troncos que trae el mar y descansa sus pies.
Mientras tanto nos cuenta sobre la ardua tarea que inició hace más de una década, de la mano de Fundación Natura y la Asociación Caguama, en una zona donde alimentarse de las tortugas y sus huevos era el común denominador. Con una sonrisa de satisfacción en su rostro y una mirada que refleja orgullo, recuerda que lo más difícil fue el proceso de concientización, pero que a partir del monitoreo de las tortugas, pudieron demostrarle a la comunidad que si existía una disminución acelerada de la especie y era más que urgente empezar a trabajar en su conservación.
El clima empieza a ser clemente y la lluvia disminuye, así que es momento de seguir con el recorrido y en el momento menos pensado, desde lejos y detrás de la marea, una mancha oscura se va acercando. Mientras más se acerca a la orilla, se puede divisar con más claridad, es una tortuga que se arrastra con ayuda de sus grandes patas delanteras y se impulsa con las traseras. Está a punto de desovar y el proceso, como el parto de cualquier especie, no da espera, por lo que sube a la arena ignorando todo a su alrededor.
Después de tantear el terreno y seleccionar la zona donde anidará, la tortuga empieza a cavar con sus patas traseras y entra en un estado de catarsis, de trance, de shock, en el que lo único importante es poder depositar los huevos. La escena parece casi humana, el instinto maternal es de todas las especies y como cualquiera, suelta algunas lágrimas, mientras los huevos van cayendo en el nido.
La tortuga vuelve en sí, empieza a tapar el nido, bota arena sobre él con sus patas traseras y cuando ya está al tope, empieza a realizar una especie de danza sobre él, se mueve de lado a lado dejando el terreno completamente tapado y plano. Con esto finaliza su anidación, pero antes de que retorne al mar, José la coge del caparazón y rápidamente saca el metro con el que le toma las medidas del largo y ancho. Posteriormente la tortuga da la vuelta y retorna al mar.
Es ese el momento en que Joselito entra en acción. Introduce sus manos en la arena y empieza a cavar de manera similar a la tortuga, para encontrar los huevos. Los va desenterrando de manera cuidadosa y mientras los cuenta, los pone en una bolsa plástica. Después de asegurarse que no queda ningún huevo, introduce un palito y marca el borde del hueco, es la muestra de cuán profundo debe enterrarlos en el tortugario.
Finalmente, entierra otro palo en la arena como una señal para sus compañeros de que el nido ya fue rescatado y sigue su recorrido con la bolsa de huevos en sus manos, como destino final el vivero, pero en el camino no pierde la oportunidad de revisar si otras tortugas llegan a desovar.
En el vivero o tortugario, usa el palo marcado con la profundidad del nido y empieza a cavar para posteriormente introducir cada uno de los huevos. Al finalizar, tapa el nido y le deja una montaña de arena, asegura que así puede contabilizar los días de la gestación del tortuguillo. Con el paso de la brisa, poco a poco la montaña de arena se va desvaneciendo y cuando el terreno está plano, es señal de que aproxima el nacimiento de las pequeñas tortugas.
En los próximos 40 a 60 días, los tortuguillos saldrán del nido y José podrá obtener su recompensa: llevarlos y liberarlos en el mar, pues así es como él aumenta la probabilidad de vida de esta especie.
Él siente que las tortugas son parte de su familia y como no, si su rol es de padre adoptivo. Aportar en el cuidado de las tortugas Caguama es su mayor talento, es su mejor aporte y está seguro de que quiere seguir haciéndolo por el resto de su vida.