Masificar estufas eficientes, una acción legítima de mitigación 

Son millones las personas que cocinan en fogones improvisados de leña, afectan los bosques en su legítimo esfuerzo por cortar madera para preparar sus alimentos y se enferman al respirar humo y hollín. Por eso, llevar estufas a hogares pobres del país debe ser prioritario, muy a pesar de los obstáculos, porque además se transformarían en un arma para enfrentar el cambio climático.

BOGOTÁ, DICIEMBRE 7 DE 2016. En el país, al menos 1,4 millones de hogares de zonas rurales utilizan la leña como principal combustible para cocinar, generalmente en fogones improvisados, lo que representa el 12 por ciento de la población del país.

Esto tiene tres implicaciones: la emisión descontrolada de dióxido de carbono, la recolección de leña y madera (actividad que a veces causa tala de árboles) y el riesgo de que mujeres y niños, principalmente, se enfermen por la inhalación frecuente del humo resultante de la cocción.

Es por eso que es imperiosa la necesidad de masificar el uso de estufas eficientes en muchos hogares rurales, una tecnología que puede reemplazar los fogones artesanales y reducir el uso de madera, un tema que precisamente fue analizado recientemente en el Encuentro de la Red Latinoamericana de Estufas, organizado por el Ministerio de Ambiente y Desarrollo, en las instalaciones de la Escuela de Administración de Negocios (EAN), en Bogotá.

Allí nos reunimos expertos en el tema de México, El Salvador, Guatemala y Colombia, para buscar más salidas a esa intención de llevar esta tecnología a los hogares más humildes.

El diagnóstico 

Porque así como hay cifras que demuestran lo grave que sería no proceder con un montaje agresivo de estufas, también hay muchos números que prueban las bondades de extenderlas.

Por ejemplo, según el Ministerio de Salud, el 7,9% del cáncer de pulmón en mujeres es atribuible a estar expuestas a contaminación con humo, porque muchas veces quien cocina inhala un aire con más de 500 microgramos por metro cúbico de material particulado (polvo, tierra, hollín, entre otros), esto a pesar de que la Organización Mundial de la Salud dice que una persona debe estar expuesta a no más de 10 microgramos de material particulado cuando respira.

Al llevarlas más allá de Antioquia o Santander, los departamentos que más han masificado esta tecnología en el país en este momento, se reduciría hasta en un 25% la Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica (EPOC) y bajaría en un 45% el cáncer de pulmón, conclusiones que han sido logradas y probadas en campo.

Los obstáculos

Hoy en Colombia hay no más de 50 mil estufas instaladas. Y el Ministerio de Ambiente quiere llegar a un millón. Frente a este panorama, podría decirse que todo estaría claro, justificado, argumentado y listo para que se ponga a andar un programa de expansión, si no fuera porque como ocurre con este y otros muchos otros temas, hay muchos palos que frenan la rueda.

El más grave, desde mi punto de vista, es que a las estufas eficientes en el país les hace falta un mercado.

Primero, siguen siendo muy costosas (700 mil pesos aproximadamente) precisamente por la ausencia de una interacción entre la oferta y la demanda que eventualmente baje sus precios. No hay muchos proveedores o fabricantes en el territorio y la cadena de valor está muy fragmentada, a lo que se suma que su importación no está libre de impuestos, esto a pesar de su trascendencia.

Hay pocos intentos de convertir esta tecnología en una verdadera industria y los que existen no han dado los resultados esperados por falta de capital o inversionistas.

La esperanza 

Surge entonces una alternativa. Y es la posibilidad de que esa expansión de estufas se transforme en una Acción Nacionalmente Apropiada de Mitigación (NAMA) frente al cambio climático, un intento que sería liderado por el sector oficial, pero que podría tener el seguimiento de la academia y el apoyo definitivo de empresarios y la sociedad civil. Estos últimos podrían apoyarlo motivados no sólo por un interés genuino por ayudar a mitigar los daños sobre el medioambiente, sino pensando que, sin la intención imprescindible de enriquecerse, pueda convertirse en un proyecto que devuelva algunas utilidades y lleve alivio al campesinado.

Y es que incluso el Producto Interno Nacional (PIB) se vería beneficiado, porque hoy la nación se gasta casi medio punto de ese conjunto de bienes y servicios (exactamente el 0,22 de su valor total), en cubrir y atender enfermedades respiratorias en mujeres y niños que alistan su sustento sin equipos formales.

Ya se decía en el Encuentro Latinoamericano: no se trata de llevar estufas como aquel desenlace indiscutible que deba perdurar por siglos. Pero mientras una sociedad como la nuestra logra, a mediano plazo, que aquellos combustibles fósiles como el gas, el petróleo o el carbón no sigan copando la demanda y sean reemplazados por unos más limpios o totalmente ‘verdes’, las estufas se transforman en una solución intermedia positiva y eficiente.

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