Resiliencia socioambiental en tiempos de aislamiento humano

Por: César Monje

Ante la situación de aislamiento social y de confinamiento en nuestros espacios, creemos poder situarnos como observadores de un sistema que funciona sin nosotros. Acostumbrados a estar inmersos en proyectos con un sinnúmero de actividades que nos llevan a relacionarnos con personas, comunidades, especies, sistemas ecológicos, compensaciones, pagos por servicios ambientales, conservación y un largo etc. de posibilidades desde la mirada de género hasta la gobernanza de los territorios, pasando ahora por la educación y la capacitación virtual.

No podemos abandonar nuestros proyectos, debemos de alguna manera estar presentes, estar allí, y mucha de esta presión es por la idea de proyecto, de financiación, de contrato, de obligaciones; nos resistimos a ser simples observadores de lo que pasa “afuera”, a veces no por nuestras propias convicciones, por nuestras ideas, más bien porque la sociedad a la que pertenecemos nos dice que no podemos abandonar, que seguir en el sistema es cuestión de medios, métodos y tecnologías.

Muchas veces sin darnos cuenta o ser conscientes, y en otros casos siendo muy conscientes, nuestros discursos conservacionistas o de protección de la naturaleza claman por aislar al ser humano de los procesos de esta, de los sistemas ecológicos.  Algunos ahora se maravillan del renacer de la naturaleza sin la presencia del ser humano.  Históricamente el hombre-mujer ha sido el antagonista del medio natural.  Sin embargo, queremos estar allí, poner la cámara-trampa (que nos hace a la idea de la observación sin nosotros), registrar los cambios, verificar la recuperación y el nuevo renacimiento después de las crisis.

Algunos ven que la naturaleza sin el hombre-mujer, en ausencia de los seres humanos, compensa y da la posibilidad de resarcir los daños, de reestablecer un nuevo equilibrio.  Parece nacer la idea de que existe un balance: ahora, el ser humano contra la pared y la naturaleza avanzando; antes, la naturaleza destruida, el ser humano avanzando; mañana predecimos el fin de un mundo, el comienzo de otro, diferente, ya no seremos como antes.

Encerrados en nuestro pequeño mundo, podemos imaginar lo que pasa allá afuera sin nosotros.  Las comunidades rurales con las que trabajamos avanzan, no nos necesitan, siguen sus vidas; es más, ya no quieren que vayamos, podemos llevar un virus que ahora sí se reconoce.  Nuestra vida en el vacío sin el trabajo con la gente, con las comunidades, con las que transforman el medio natural. Nosotros, los que teorizamos sobre la mujer-hombre antagonista del ambiente, aislados y el mundo renace.

Todo cambia, lo sólido se desvanece en el aire, la incertidumbre, el flujo continuo de materia y energía constituyen la base de la vida, nada permanece estático, no podemos aislarnos, somos parte de lo mismo, no podemos desprendernos de la naturaleza, estamos unidos por siempre.

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