En el corazón del municipio de Betulia (Santander) está ubicada la finca La Fortuna, el hogar de Aurora Pérez Castro quien es ejemplo de dedicación y resiliencia en el mundo de la cacaocultura. A sus 58 años ha tejido su historia y la de su comunidad con los hilos aromáticos y profundos de este fruto ancestral, base de la economía de este territorio.
Desde los diez años, Aurora descubrió su conexión con la tierra. Criada entre cacaoteros por abuelos y padres cultivadores, el cacao trascendió y se convirtió en mucho más que un cultivo para convertirse en la esencia de su identidad. Junto a su esposo, Omar Salamanca, también cacaotero de corazón, han mantenido viva esta tradición familiar expandiendo sus horizontes con aguacate y cítricos, pero siempre con el cacao como el pilar fundamental de su vida y su economía.
Con la sabiduría que otorgan los años dedicados a la tierra, Aurora comparte los desafíos del cultivo, desde la comercialización que se convierte en un proceso incierto que ha tenido que vivir por temporadas, hasta las enfermedades de la planta como la roselinia, una de las más agresivas y complejas de manejar.
Ante este panorama la familia sabe que cuando el cultivo enfrenta períodos de altas temperaturas que favorecen la proliferación de la moniliasis (otra enfermedad común en el cacao), es clave implementar soluciones innovadoras como la siembra de árboles que proporcionan sombra durante las épocas más secas. Estas medidas han demostrado ser efectivas, pues procesos de adaptación y el manejo sostenible pueden superar los retos climáticos.
“Las altas temperaturas secan las matas y atraen más monilia en esas temporadas. Por eso, cuando aumenta la temeperatura no se limpia tanto el cultivo, para que esté más fresco.
Además, se siembran muchos árboles maderables para ayudarlo. En diciembre, por ejemplo hay una época en la cual uno no da abasto de coger tanto cacao y toca secarlo por etapas para alcanzar a trabajarlo todo”, afrimó Aurora, quien identifica la variabilidad climática de acuerdo al mes y así puede prepararse para un cultivo abundante o limitado.
Aunque Omar está más pendiente del cultivo, Aurora desempeña un papel esencial. Entre sus labores domésticas y su pasión por desengrullar, rebullir e injertar cacao, su contribución es invaluable. Dos de sus tres hijos han seguido sus pasos como cacaocultores, lo que la llena de orgullo y perpetúa el legado familiar.
“Siempre me ha encantado trabajar en el cacao, suelo ir al cultivo a ingertar, lo disfruto y soy feliz haciendo ese oficio, incluso desde que estaba en la casa con mi mamá. A mis hijos, cuando estaban pequeños, les enseñé lo mismo y ahora que estoy sola me la paso por allá en el cultivo ayudando. Me gusta tostar cacao, moler y hacer chocolate para el consumo”, agregó Aurora.
La finca de Aurora y Omar también es un espacio de respeto al medio ambiente, donde conservan el ecosistema y viven el armonía para proteger y hacer uno de los frutos que les da la naturaleza. Por eso, han aprendido a valorar y repetar la fauna que llega al cultivo, pues saben que cumplen un rol y aportan en la salud de los ecosistemas. “Las abejas favorecen bastante con la polinización, las lombrices abonan bastate el cultivo y los árboles maderables ayudan a cuidarlo”, aseguró.
Actualmente, en esta zona del país se presentan las cosechas más abundantes de cacao, que tienen lugar entre diciembre y mayo. Para contar con una cosecha con buenos resultados durante estos meses, Aurora reslata la importancia de proteger los ecosistemas, resaltando el papel crucial que desempeñan los polinizadores y las lombrices en la agricultura. Para ella, ser cacaocultora trasciende el esfuerzo cotidiano “representa la alegría de perpetuar un legado, disfrutar cada tarea del cultivo y asegurar la estabilidad económica de su hogar”, resaltó.
Aurora Pérez Castro no solo cultiva cacao, cultiva historia, amor y tradición. Por eso, desde el proyecto Monitoreo climático participativo resaltamos su labor y agradecemos su aporte en esta iniciativa de Isagen y Fundación Natura. Su trabajo inalcanzable, su ejemplo y enseñanzas, honran la riqueza de nuestro territorio y la importancia de proteger los ecosistemas para que el cacao siga siendo un fruto único que une generaciones.