Sostenibilidad, una materia pensada como electiva que se volvió obligatoria

Elsa Matilde Escobar, directora de Fundación Natura, opina que la sostenibilidad, llamada a lograr que las actividades humanas reduzcan su impacto sobre los recursos naturales, no debe enfocarse sólo a enmendar los desequilibrios ecológicos. Debe propender por la equidad de género, el respeto por el otro y enfocarse a aliviar la pobreza.

 BOGOTÁ, NOVIEMBRE 04 DEL 2016. La humanidad se enfrenta a un gran reto: aumentar la producción agrícola para satisfacer las necesidades de una población cada vez mayor, pero sin acabar con los recursos naturales de los cuales depende. 

Esto, en medio de graves problemas ambientales: la pérdida del 40% de la biodiversidad mundial, la contaminación y la pérdida de suelos, la destrucción de los ecosistemas o el mal uso de la tierra.

Un diagnóstico preocupante que debe impulsarnos, como país, a repensar constantemente los procesos de producción, bien para cambiarlos radicalmente o  para incorporar en ellos mejoras tecnológicas que le permitan maximizar sus beneficios económicos, satisfacer sus necesidades y producir sin destruir los ecosistemas que nos proveen los servicios ambientales de los cuales depende esa producción y la vida.

Solo la agricultura, por ejemplo, es el segundo sector más contaminante en Colombia con el 26 por ciento de las emisiones totales, según el más reciente Inventario de Gases de Efecto Invernadero, publicado por el Ideam. 

Entonces, la aplicación de alternativas de se ha vuelto urgente, pero siempre y cuando estén fundadas en soluciones basadas en la naturaleza, en su preservación, ya que es ella la que aporta los servicios trascendentales a todas las poblacionesPorque si bien no podemos concluir que la conservación y restauración de nuestros ecosistemas alivia la pobreza, sí podemos afirmar con certeza que una producción sostenible ayuda a mejorar la calidad de vida.

Una sostenibilidad entendida desde su más amplia acepción, la que va más allá de las necesidades sociales, económicas y ambientales, para incluir además la inclusión, la diversidad, el respeto por el otro y por el entorno del otro (ética), y que esté enfocada al alivio de la pobreza, todos estos elementos como pilares fundamentales. Que enmiende los desequilibrios no solo ecológicos sino sociales, políticos y económicos generados por el modelo de desarrollo actual, en el que ha prevalecido la economía sobre el interés ambiental. Y trate de modificar la actitud de las personas hacia un consumo más racional, más humano, pensado no sólo en satisfacer las necesidades presentes, sino en considerar los requerimientos de las futuras generaciones.

Los aportes de las mujeres y de los hombres en los sistemas productivos son diferentes y ambos ampliamente enriquecedores. Por eso, en el modelo de sostenibilidad en el que creemos y estamos seguros que es la única alternativa para la trasformación que el país está buscando, también y necesariamente hay que incluir el enfoque de equidad de género.  

Es evidente que en países en desarrollo como el nuestro, el campesinado afronta muchas limitaciones, tales como la  falta de propiedad sobre la tierra (los imposibilita para el crédito), poca infraestructura, falta de acceso a las nuevas tecnologías y un ataque constante de subsidios agrícolas y aranceles que solo impulsan a los grandes empresarios.

Pero a esto no se le puede sumar, como ocurre hoy, una mujer  discriminada de  forma sistemática respecto al acceso a los recursos necesarios para el desarrollo socioeconómico, reservados en su mayoría a los hombres.

La ONU decía hace algunos años que la sostenibilidad, entendida en toda la integralidad como ha sido comentada en estas líneas, era una ‘materia electiva’, una alternativa. Esto no es cierto, hace tiempo pasó a convertirse en una obligación.

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